lunes, 30 de enero de 2012

CAPITULO DECIMO


                       DOLORES

Dolores fue desde la infancia la única persona en la que Magdalena encontraría  refugio y consuelo, fue su confidente, la hermana que siempre hubiera querido tener, conoció en ella, ese sentimiento de amistad y entrega abnegado  que solo quizá las personas que de verdad te quieren, te pueden ofrecer sin pedirte nada a cambio. Bastaba una mirada entre ambas, una sonrisa, la complicidad que tenían era tan grande que no necesitaban ni hablarse, en ocasiones resultaba casi sobrenatural, la manera que aquellas dos mujeres tenían de entenderse entre sí.    Si tenemos en cuenta que ella solo tenía hermanos varones y que se refugiaba en Dolores, aunque para Magdalena era su lola, podremos comprender mejor lo que a lo largo de mi historia iré contando.
Desde muy niñas Magdalena y ella lo habían compartido todo, confidencias, apuros, penas, risas todo lo que entre dos hermanas se puede compartir, ya que para las dos,  su relación, no era solo una relación de amistad, eran más que todo eso, eran hermanas.
Solían preparar juntas todos los disfraces para el carnaval, las mantillas de semana santa, las túnicas de penitentes, los trajes para la feria, que son fiestas que aunque con matices se siguen celebrando casi de igual manera que por entonces.
Lola, siempre reprocho un poco, solo un poquitín, a Magdalena la falta de confianza que tuvo para contarle lo que le estaba pasando en su primer embarazo, pero fue algo que olvido pronto, aunque siempre entre risas salía a colación en distintas conversaciones.

Cuando Lola se caso Magdalena ya tenía seis hijos, aunque lola era mayor que ella dos años.
Magdalena y José fueron los padrinos de boda de Lola y Manuel y por supuesto también los padrinos de sus tres hijos cuando nacieron años después.
Aun no lo he comentado pero era costumbre en el pueblo y sigue siéndolo aunque ya no se lleva tan estrictamente, el hecho de que cuando una pareja llevaba al altar a otra, en definitiva hacen de padrinos de boda, desde ese mismo instante el tratamiento  hacia la pareja que ha casado a los novios cambia, por muy amigos que sean; de este modo en lugar de tutearse entre ellos  los contrayentes pasan a llamar de usted a sus padrinos de boda, obviando además el nombre propio al nombrarles, de manera que desde el día de la boda y como ejemplo diré que lola ya no volvió a llamar a Magdalena por su  nombre, la llamaba Madrina y de usted.
Su apreciada amiga, vivía en una casa muy cercana a la suya, y se visitaban casi a diario.
Al casarse Magdalena mucho antes por las circunstancias acontecidas, ya tenía ésta seis vástagos cuando Dolores celebro sus nupcias. Las hijas mayores de Magdalena, prepararon muchas de las cosas de la boda, ayudaron a Dolores y a su madre con el convite, con los preparativos de la casa, con los arreglos del ajuar etc.
Dolores pario a su primera hija al año justo de la boda, aquel parto lo atendió Magdalena. A la recién nacida la llamaron también Dolores, pero después del parto la madre quedo enferma; esto afecto muchísimo a nuestra matriarca.
Magdalena la visitaba a diario y se llevaba a sus hijas con ella para ayudarle en la casa todo lo que podía, porque Dolores quedo prácticamente postrada en la cama.
Poco tiempo después, apareció con el medico en casa de Dolores, llevada por la inquietud y la preocupación, en vista de que su amiga no terminaba de recuperarse.  En aquella visita el medico exploro a Dolores y con no muy buena cara, salió de la habitación, para decirle a su amiga que ésta estaba otra vez embarazada, pero que además peligraba su vida, le conto que estaba siendo victima de una enfermedad cardiaca, que otro parto podría desencadenar una muerte súbita, muerte, que según él vendría originada por una parada cardiaca debida al sobre esfuerzo del parto.
Magdalena se echo a llorar ante tal noticia, pero secándose las lagrimas y fuerte como ella era, entro de nuevo en la habitación de Dolores con una sonrisa en la cara, celebrando otra vez con su amiga que estuviera  embarazada.
Por su parte Dolores hizo lo propio ella sabia perfectamente que estaba en una situación algo comprometida y aunque sabía que su vida corría peligro, en su interior no tenía ningún tipo de miedo, de algún modo ella sabía que saldría con bien de este otro embarazo.
Poco tiempo después nació una niña de pelo moreno, de ojitos pequeños y muy azules a la que llamaron María Manuela con el tiempo se convertiría en mi abuela materna, después de este nacimiento el médico, no tu pudo omitir la información de su estado a Dolores, le dejo muy claro que si volvía a tener otro hijo moriría, se lo explico ante su esposo y su querida amiga Magdalena, y no se ando con ningún tipo de remilgos a la hora de informarles.
Pasaron un par de años y Dolores fue empeorando, mientras estaba postrada en la cama, ella se dedicaba a bordar y hacia cuadros en punto de cruz, cuadros que después se vendían o simplemente se cambiaban por víveres para la familia.
Mientras tanto la enfermedad la había dejado sin poder dar paso ya que se ahogaba al caminar, cualquier esfuerzo  físico la debilitaba al máximo, tenía una dolencia cardiaca de las peores aunque en aquellos años era difícil de diagnosticar nada,  tanto que era Magdalena la que se hacía cargo de sus dos niñas. 
Su marido hacia lo que podía, aunque en aquella época no era costumbre de que los hombres ayudaran en las tareas domesticas, lo que sí es cierto que sabiendo que su vida corría un peligro extremo solo con el mínimo esfuerzo, de nuevo quedo embarazada. Magdalena veía empeorar a Dolores día a día, hasta que ella le confirmo la noticia de ese tercer embarazo. Desde ese mismo momento Magdalena siempre tuvo clavada en su alma una espina, un reproche para con Manuel u por muchos años que pasaron, nunca le perdono que sabiendo el estado de salud de su mujer diera lugar a que tuviese un último embarazo; éste con un resultado nefasto, ya que al dar a luz a su tercer hijo un varón al que llamaron Gabriel, Dolores murió.
Manuel su esposo quedo sumido en una profunda depresión, ya que siempre se culpo de aquella muerte, él nunca había creído al medico al cien por cien, siempre pensó que no era tan grave lo de Dolores, cuando se marchaba al trabajo, la dejaba acostada, cuando volvía la encontraba en la cama, no obstante siempre pensó que las tareas de la casa las hacia ella, que las niñas las atendía ella, jamás le pregunto si tenia dificultades para  la casa y aunque parezca increíble ella tampoco le había dicho nada.
Desde que Dolores había empeorado él se lo había achacado al tercer embarazo y nunca a su situación real, por otra parte ella tampoco quiso preocuparle y nunca le dijo su estado real. En realidad solo hubiese sido cuestión de tiempo, si bien es cierto que el parto aligero la llegada de su fin, cosa que Magdalena nunca perdono a Manuel.
Para Magdalena fue un golpe muy duro, ver como su amiga se fue, la dejo destrozada, si ya era difícil sacar su casa adelante, con sus hijos, embarazada de nuevo, además haciéndose cargo de los hijos de Lola.
Aquella mujer de carácter alegre paso una de las etapas mas difíciles de su vida, pero Magdalena, volvió a salir adelante sacando asimismo a los hijos de su amiga y lo hacía, con la ayuda de sus hijas mayores, quitándose horas de sueño, como fuese, pero aquellos tres niños salieron adelante y lo hicieron gracias a ella, a su Madrina.

CAPITULO NOVENO 3ª PARTE

PARTOS
Después de aquellas dos niñas Magdalena tubo más partos de hembras, pero a ninguna de ellas las llamo Roció.
Los primeros meses después del parto fueron malos para nuestra niña Magdalena, una mama tan joven, solo tenía trece años, su marido trabajaba todo el día y la abuela mercedes tenía que atender a su padre además de que ya tenía una edad  muy avanzada.
Dolores, su amiga más querida la visitaba a diario, ayudándola en lo que podía, aunque para una casa como la de Magdalena cualquier ayuda era poca. Dolores le traía agua de la fuente, la ayudaba con las tareas más pesadas en la casa, le limpiaba las cuadras, pero en definitiva hacerse cargo de dos niñitas recién nacidas en condiciones tan precarias, tuvo que ser algo espantoso.
El día pasaba muy rápido, las horas se iban entre amamantarlas, cambiarlas de pañales, que por supuesto estaban hechos de telas muy finas, siempre estaban empapados y ella lavando pañalitos de las niñas en las pilas.
Mientras, entre las tomas preparaba la comida, la cual tenia que hacerse en la candela de la chimenea.  En verano, en invierno, a cualquier temperatura la chimenea del caserón siempre estaba encendida, con la manducatoria haciéndose, con el café cociéndose, o simplemente esperando a la próxima hora de cocinar.
Pasaron los meses y Dolores seguía acudiendo a la casa para ayudar a su amiga Magdalena, en aquellas visitas que realizaba a la casa conoció al que seria su marido. Sebastián era un ganadero que solía pasar por casa de José a comprar o vender ganado, allí entre trato y trato fue intimando con Dolores.
Según pasaron los meses Magdalena parecía más y más agotada, estaba demacrada, bastante delgada y como consecuencia poco a poco empezó a perder la teta, de sus pechos, ya casi no salía leche y las niñas al mamar no sacaban prácticamente nada, de manera que aconsejada por su abuela y las vecinas mas mayores, decidió dejar de darles el pecho a sus dos hijas.
En el patio de arriba de la casa, tenían una cabra, la cual ordeñaban, para obtener la leche del gasto diario. Se mezclaba la leche de cabra una vez cocida, con una proporción de mitad y mitad con agua, y el resultado de la mezcla se hervía tres veces mas para darles a las niñitas posteriormente con una cucharita pequeña y mucha paciencia las tomas que hubiera que darles.
Una vez que Magdalena dejo de tener sus pechos turgentes y ya no rezumaban gotitas de leche, volvió a usar su coletillo bien apretado, para, en pocas semanas volver a tener la misma figura que tenia antes de parir.
Dos o tres meses después de haber dejado de darles el pecho a las niñas, Magdalena hacía una visita a su abuela, en aquella visita la reciente mama llevaba en el pensamiento una pregunta, la cuan llevaba martilleándole dentro de la cabeza muchas semanas, como siempre no se había atrevido a preguntarle a nadie, Magdalena seguía siendo una niña con dos hijas a su cargo.
La abuela Mercedes preparo un café, mientras, las dos mujeres sentadas ante la chimenea,  miraban a las gemelas con unas miradas de orgullo, de satisfacción, encantadas de ver a las niñas  pero a la vez con miedo e incertidumbre. La abuela sabía que Magdalena quería algo, tomándola de las manos le pregunto con cariño, que la había llevado a hacerle aquella visita.
Magdalena aun sentía vergüenza de hablar con su abuela de ciertas cosas, pero no tenia a quien recurrir, puesto que su amiga dolores aun no estaba casada.  Sin mirar a la abuela a la cara, con la cabeza gacha, prácticamente balbuceando por lo bajito le pregunto a su abuela si ella sabia, si tenía alguna idea, de cuanto tiempo tenía que pasar después de parir para que una mujer recuperara su regla normalmente.  La abuela le soltó las manos, y tomándole la cara por la barbilla para subírsela, le pregunto ¿es que aun no tienes la regla?  Ella le contesto negando con la cabeza.
Mercedes le explico que durante los meses de lactancia es normal que algunas mujeres dejen de tener la regla, pero que después se recupera normalmente, que si a ella no le había bajado aun debía ser por otra cosa, le aconsejo que acudiera al medico para que la examinara, o en su defecto a la partera del pueblo.
Magdalena se fue de la casa de la abuela un poco asustada pensando en que le estaba ocurriendo algo raro, pero en absoluto con la idea de acudir al medico o la partera.
Cuando le contó a José, lo que la abuela le había dicho, éste la miro con una mirada de ternura inmensa puesto que en ese mismo momento se dio cuenta de que su niña Magdalena solo tenia un nuevo embarazo.
Cuando las niñitas de Magdalena tenían siete meses, la abuela Mercedes enfermo, poco después moriría después de haberse pasado dos meses en la cama, en todo ese tiempo Magdalena estuvo cuidando a la abuela, a sus hijas y llevando su segundo embarazo, todo aquel tiempo ella sufrió muchísimo ya que Mercedes era la única madre que recordaba, se sumió en una profunda tristeza que la mantendría casi fuera de toda actividad durante algunos meses, incluso hasta después de parir.
Vestida completamente de luto, como era de esperar, a sus catorce años Magdalena tardo en superar aquella perdida algún tiempo, solo se consolaba con sus hijitas y con los ratitos de charla que mantenía con Dolores, poco después nacieron  sus dos primeros hijos varones los segundos gemelos.
Desde mi punto de vista actual, pienso que esta mujer debía tener alguna alteración hormonal, que le hacía ovular
Nuestra pareja no siempre contó con la protección de Margarita, tengo que decir que desde que ésta se marchara, ya no volvieron a nadar en la abundancia, aunque también es cierto que cuando realmente lo necesitaron y pasaron por momentos de serios apuros, sin saber cómo, siempre recibían la visita de algún jinete con lo que ella les mandaba. 
Cuando paso algún tiempo Margarita se fue apartando de sus sobrinos, salvo en ocasiones extremas en las que estuvieron en aprietos muy, pero que muy gordos, que ya iremos contando.
Se decía que Margarita y su amado viajaban bastante, seguramente por eso en ocasiones en las que verdaderamente la familia necesito de su ayuda, nunca la recibió. Otras, incluso sin contar con ella, siempre claro está mientras ella estuvo viva, continuamente y sin saber cómo, llegaba como agua de mayo.
Con el tiempo Magdalena se fue haciendo más fuerte, ya en el cuarto parto, fue el propio José quien la ayudo a parir.
José siempre se dedico a trabajar y trabajar dejándole a Magdalena el peso de la casa, y según fue avanzando el tiempo el de la familia, lo que por otra parte era normal en aquellos tiempos, hubiese sido impensable pienso yo, que él le hubiese ayudado en las tareas domesticas, según los cánones de entonces, le hubiesen tachado poco menos que de homosexual. Es curiosa esta situación en sí misma, teniendo en cuenta la sociedad machista en la que se vivía en aquellos tiempos me hace reflexionar sobre el tema, ya que si pienso en lo que se llamaba el sexo débil, no puedo entender que una mujer pudiera hacer todas las labores del hogar, tal y como se realizaban entonces, puesto que eran mucho más duras, además de ayudar en las tareas del campo a su esposo y cuidar de sus hijos al mismo tiempo, sin que nadie lo viera mal, mientras que el sexo fuerte solo estuviera a cargo de su trabajo y ya era suficiente hacer otra cosa le quedaba grande, es algo que no se entiende muy bien.
Por el contrario, Magdalena siendo mujer también ayudaba a su marido en las labores del campo, además de hacer sus labores en la casa, aunque eso era normal entonces.
Cuando contaba con unos veintiún años murió su padre y vuelta la burra al trigo como se suele decir, de nuevo, salieron del arca las negras vestimentas, para cubrir de dolor a toda la familia.
Para entonces Magdalena ya había sido madre seis veces, ósea tenia doce hijos y esperaba de nuevo otra vez, sus hermanos hacían su vida cada uno por lado, alguno, incluso vivía en pueblos de los alrededores, de manera que ella en cierto modo se encontraba algo sola y no era por falta de personas a su alrededor, era quizás esa soledad que produce el desamparo familiar, el no tener a nadie en el que apoyarse.
Desde que falleciese el padre de Magdalena José vio como su medio de vida se tambaleo, entonces las cosas ya no fueron igual con el trabajo, ya tampoco pudo dedicarse plenamente al ganado, a los pastoreos, a los tratos de los animales, ya no era suficiente para la familia de José y la de sus cuñados, alimentar tantas bocas con poco ganado era difícil, pero él no se cortaba ni le dolían prendas en buscar otras salidas, siempre dentro de lo que sabía hacer, poco a poco fue cambiando su oficio, además de tratante de ganado, fue también carbonero y calero.
Estos dos últimos trabajos venían a ser muy distintos del que había tenido anteriormente, eran mucho más laboriosos, bastante más entretenidos en su forma de llevarlos a cabo y por supuesto mucho más penosos, teniendo en cuenta el resultado económico que daban también eran menos rentables, pero era lo único que tenia, salvo en la temporada de la aceituna que se iba a la recolecta de la misma. Desde que recogían la leña en el campo para hacer el carbón, la llevaban al sitio destinado para hacer los hornos, hasta que lo vendían, Magdalena lo ayudaba en todo momento, permanecía con él en la choza que junto al horno tenían dispuesta y lo hacía con todos los niños.
El mismo proceso lo repetían igualmente con la cal, de forma que desde que recogían la piedra hasta que ésta estaba totalmente cocida Magdalena ayudaba a José.
 Me contaron que en más de una ocasión llego a dar a luz a sus hijos en la choza junto a los hornos.
Cuando esto ocurrió la primera vez, fue José su marido el que la ayudó en el parto, este sería su séptimo parto, el que tuvo justo a los pocos meses de faltar su padre. Ya contaban con doce hijos como ya mencione, los cuales correteaban alrededor de la choza cuando Magdalena rompió aguas; desde el punto donde se encontraban hasta el pueblo, la distancia era grande, Magdalena no podía  recorrerla a lomos del mulo  en esa situación, mucho menos  caminando, las contracciones eran cada vez más frecuentes, tampoco había tiempo para ir a buscar a ninguna partera, sobre todo porque en ese caso su marido tendría que dejarla sola, sin más compañía  que la de un montón de  chavalillos, unos más pequeños otros ya zagalones pero en definitiva  por supuesto sin asistencia alguna.  
Supe que José con la ayuda de lo poco que le iba diciendo su valiente esposa, y bajo la atenta mirada de sus pequeños, que atónitos veían como su padre atendía a su madre sacando primero a un bebe y al poco  a otro, se convirtió en el mejor de los parteros para su mujer. 
Una vez que parió, su marido cortó el cordón a los niños, luego los limpió, después ella misma se aseó con el agua que previamente José había preparado.
Cuando hubo pasado un ratito, después de haber descansado, tomo a los bebes primero uno y luego el otro para aseárlos bien, mientras tanto su marido hizo jirones una sabana para hacerles pañales y taparles bien.
Aquel  día hacía mucho frió,  José avivo el fuego y salió fuera de la choza a fumar un cigarrillo, miro hacia arriba como dando gracias al cielo, aunque era hombre de pocas palabras; mientras tanto Magdalena los amamanto, preparo la comida para todos, comió y dio de comer a los demás niños, cuando hubo terminado y todos sus hijos estaban dormidos salió fuera y siguió ayudando a su marido en la tarea que estaban  haciendo en el horno de carbón.
Cuando estaban trabajando en los hornos, no podían dejarlos solos, ya que continuamente había que darles vuelta, este tipo de trabajo requiere una atención continua desde que el horno empieza a quemar la leña, cualquier descuido puede hacer que todo el trabajo haya sido en vano, de no estar continuamente pendiente del estado del horno, podía ocurrir que se quemara demasiado, o al contrario, que la madera no cociera bien, es por eso  que se debe estar moviendo la boca  del horno, que es por la que respira para que salga el calor interior, la cocción de la leña debe ser lenta pero a una temperatura constante, si coge demasiado calor se quema y no sirve, o por el contrario, si no alcanza la temperatura deseada, la leña no se quema bien y se  hace lo que se suelen llamar tizones, esto son trozos de carbón que al quemarlo en los braseros suele soltar mucho humo, que además es toxico, incluso en ocasiones este humo es imperceptible  pero su toxicidad puede dar lugar a la muerte por inhalación de gases. 
No sería la única vez que Magdalena daría a luz en el chozón de los hornos, esto sucedió en tres ocasiones, ya que solía ayudar a su marido en las labores de la cal y del carbón según el caso y dependiendo de la época del año, verano o invierno.
Magdalena siguió pariendo hasta llegar a un total de 22 hijos, sorprendentemente sólo lo hizo once veces todos los partos fueron gemelares, lo más asombroso es que solía parir cada quince meses.



CAPITULO NOVENO 2ª PARTE

EL BAUTIZO


El flamante padre aviso a Frasco, hermano de Magdalena para que fuese el padrino, celebrando un bautizo por todo lo alto, aunque siempre en la intimidad, no fue como la boda, el nacimiento de las gemelas lo celebraron de forma distinta.
El día en cuestión se reunieron en la iglesia Margarita y un niño que por entonces contaría con unos 10 años, El niño Manuel, José y Magdalena, la Abuela mercedes, el Padre de Magdalena y el resto de sus hermanos con sus mujeres.
Según era costumbre, correspondía a los padrinos, poner el nombre a las niñas, Respetando esta tradición, nadie pregunto a Magdalena si había decidido como se llamarían sus hijas.
Empezada la ceremonia y dada la corta edad de la inocente mama, ella tampoco se atrevió a decir que ya tenia nombre para sus hijas; ella, quería llamar a la mayor Roció.
Cuando el párroco pregunto, se dirigió a los padrinos, como no, en ningún momento miro a la madre ni al padre de las gemelas.
El padrino dijo, la mayor se llamara Trinidad y la madrina la menor se llamara Francisca.
Magdalena en ese momento sintió como se le derrumbaba el mundo, ya que en su momento, ella, había prometido ante la virgen, la Blanca Paloma que su primera hija llevaría el nombre de Roció en su honor.
Quizá el no hablar a tiempo, quizá el no saber imponerse, quizá el ser demasiado joven, el caso es que las niñas quedaron bautizadas y la promesa sin cumplir.
Saliendo de la iglesia mientras se dirigían a la casa para la celebración del bautizo, Magdalena llevaba la cabeza gacha, las lagrimas en los ojos, y un semblante de tristeza muy marcado. Su marido la miraba pero no alcanzo a saber que era lo que acongojaba tanto a su esposa en un momento tan bonito, una ocasión tan llena de emoción, tan alegre, al menos para el.
Ninguno de los que acudieron a la ceremonia de bautizo de las niñas, pudo entender la actitud de la madre, entre otras cosas porque ella jamás les había comentado su deseo de llamar a la mayor Roció.
Una vez estuvieron en la casa, sirvieron  el pequeño refrigerio que se había preparado, el que mas o el que menos, miraba de reojo a Manuel  el niño que acompañaba a Margarita, ella dándose cuenta de la situación  les presento al infante como el hijo del marques. Una vez hubo acabado el pequeño piscolabis y teniendo en cuenta la situación que se había creado, entre el malestar de la madre de las niñas y la presentación de Manuel, dieron por terminada la celebración y cada uno de ellos, tomo las de Villa Diego.


lunes, 12 de diciembre de 2011



CAPITULO NOVENO TERCERA PARTE


Después de aquellas dos niñas Magdalena tubo más partos de hembras, pero a ninguna de ellas las llamo Roció.
Los primeros meses después del parto fueron malos para nuestra niña Magdalena, una mama tan joven, solo tenía trece años, su marido trabajaba todo el día y la abuela mercedes tenía que atender a su padre además de que ya tenía una edad  muy avanzada.
Dolores, su amiga más querida la visitaba a diario, ayudándola en lo que podía, aunque para una casa como la de Magdalena cualquier ayuda era poca. Dolores le traía agua de la fuente, la ayudaba con las tareas más pesadas en la casa, le limpiaba las cuadras, pero en definitiva hacerse cargo de dos niñitas recién nacidas en condiciones tan precarias, tuvo que ser algo espantoso.
El día pasaba muy rápido, las horas se iban entre amamantarlas, cambiarlas de pañales, que por supuesto estaban hechos de telas muy finas, siempre estaban empapados y ella lavando pañalitos de las niñas en las pilas.
Mientras, entre las tomas preparaba la comida, la cual tenia que hacerse en la candela de la chimenea.  En verano, en invierno, a cualquier temperatura la chimenea del caserón siempre estaba encendida, con la manducatoria haciéndose, con el café cociéndose, o simplemente esperando a la próxima hora de cocinar.
Pasaron los meses y Dolores seguía acudiendo a la casa para ayudar a su amiga Magdalena, en aquellas visitas que realizaba a la casa conoció al que seria su marido. Sebastián era un ganadero que solía pasar por casa de José a comprar o vender ganado, allí entre trato y trato fue intimando con Dolores.
Según pasaron los meses Magdalena parecía más y más agotada, estaba demacrada, bastante delgada y como consecuencia poco a poco empezó a perder la teta, de sus pechos, ya casi no salía leche y las niñas al mamar no sacaban prácticamente nada, de manera que aconsejada por su abuela y las vecinas mas mayores, decidió dejar de darles el pecho a sus dos hijas.
En el patio de arriba de la casa, tenían una cabra, la cual ordeñaban, para obtener la leche del gasto diario. Se mezclaba la leche de cabra una vez cocida, con una proporción de mitad y mitad con agua, y el resultado de la mezcla se hervía tres veces mas para darles a las niñitas posteriormente con una cucharilla pequeña y mucha paciencia las tomas que hubiera que darles.
Una vez que Magdalena dejo de tener sus pechos turgentes y ya no rezumaban gotitas de leche, volvió a usar su coletillo bien apretado, para, en pocas semanas volver a tener la misma figura que tenia antes de parir.
Dos o tres meses después de haber dejado de darles el pecho a las niñas, Magdalena hacía una visita a su abuela, en aquella visita la reciente mama llevaba en el pensamiento una pregunta, la cuan llevaba martilleándole dentro de la cabeza muchas semanas, como siempre no se había atrevido a preguntarle a nadie, Magdalena seguía siendo una niña con dos hijas a su cargo.
La abuela Mercedes preparo un café, mientras, las dos mujeres sentadas ante la chimenea,  miraban a las gemelas con unas miradas de orgullo, de satisfacción, encantadas de ver a las niñas  pero a la vez con miedo e incertidumbre. La abuela sabía que Magdalena quería algo, tomándola de las manos le pregunto con cariño, que la había llevado a hacerle aquella visita.
Magdalena aun sentía vergüenza de hablar con su abuela de ciertas cosas, pero no tenia a quien recurrir, puesto que su amiga dolores aun no estaba casada.  Sin mirar a la abuela a la cara, con la cabeza gacha, prácticamente balbuceando por lo bajito le pregunto a su abuela si ella sabia, si tenía alguna idea, de cuanto tiempo tenía que pasar después de parir para que una mujer recuperara su regla normalmente.  La abuela le soltó las manos, y tomándole la cara por la barbilla para subírsela, le pregunto ¿es que aun no tienes la regla?  Ella le contesto negando con la cabeza.
Mercedes le explico que durante los meses de lactancia es normal que algunas mujeres dejen de tener la regla, pero que después se recupera normalmente, que si a ella no le había bajado aun debía ser por otra cosa, le aconsejo que acudiera al medico para que la examinara, o en su defecto a la partera del pueblo.
Magdalena se fue de la casa de la abuela un poco asustada pensando en que le estaba ocurriendo algo raro, pero en absoluto con la idea de acudir al medico o la partera.
Cuando le contó a José, lo que la abuela le había dicho, éste la miro con una mirada de ternura inmensa puesto que en ese mismo momento se dio cuenta de que su niña Magdalena solo tenia un nuevo embarazo.
Cuando las niñitas de Magdalena tenían siete meses, la abuela Mercedes enfermo, poco después moriría después de haberse pasado dos meses en la cama, en todo ese tiempo Magdalena estuvo cuidando a la abuela, a sus hijas y llevando su segundo embarazo, todo aquel tiempo ella sufrió muchísimo ya que Mercedes era la única madre que recordaba, se sumió en una profunda tristeza que la mantendría casi fuera de toda actividad durante algunos meses, incluso hasta después de parir.
Vestida completamente de luto, como era de esperar, a sus catorce años Magdalena tardo en superar aquella perdida algún tiempo, solo se consolaba con sus hijitas y con los ratitos de charla que mantenía con Dolores, poco después nacieron  sus dos primeros hijos varones los segundos gemelos.
Desde mi punto de vista actual, pienso que esta mujer debía tener alguna alteración hormonal, que le hacía ovular
Nuestra pareja no siempre contó con la protección de Margarita, tengo que decir que desde que ésta se marchara, ya no volvieron a nadar en la abundancia, aunque también es cierto que cuando realmente lo necesitaron y pasaron por momentos de serios apuros, sin saber cómo, siempre recibían la visita de algún jinete con lo que ella les mandaba. 
Cuando paso algún tiempo Margarita se fue apartando de sus sobrinos, salvo en ocasiones extremas en las que estuvieron en aprietos muy, pero que muy gordos, que ya iremos contando.
Se decía que Margarita y su amado viajaban bastante, seguramente por eso en ocasiones en las que verdaderamente la familia necesito de su ayuda, nunca la recibió. Otras, incluso sin contar con ella, siempre claro está mientras ella estuvo viva, continuamente y sin saber cómo, llegaba como agua de mayo.
Con el tiempo Magdalena se fue haciendo más fuerte, ya en el cuarto parto, fue el propio José quien la ayudo a parir.
José siempre se dedico a trabajar y trabajar dejándole a Magdalena el peso de la casa, y según fue avanzando el tiempo el de la familia, lo que por otra parte era normal en aquellos tiempos, hubiese sido impensable pienso yo, que él le hubiese ayudado en las tareas domesticas, según los cánones de entonces, le hubiesen tachado poco menos que de homosexual. Es curiosa esta situación en sí misma, teniendo en cuenta la sociedad machista en la que se vivía en aquellos tiempos me hace reflexionar sobre el tema, ya que si pienso en lo que se llamaba el sexo débil, no puedo entender que una mujer pudiera hacer todas las labores del hogar, tal y como se realizaban entonces, puesto que eran mucho más duras, además de ayudar en las tareas del campo a su esposo y cuidar de sus hijos al mismo tiempo, sin que nadie lo viera mal, mientras que el sexo fuerte solo estuviera a cargo de su trabajo y ya era suficiente hacer otra cosa le quedaba grande, es algo que no se entiende muy bien.
Por el contrario, Magdalena siendo mujer también ayudaba a su marido en las labores del campo, además de hacer sus labores en la casa, aunque eso era normal entonces.
Cuando contaba con unos veintiún años murió su padre y vuelta la burra al trigo como se suele decir, de nuevo, salieron del arca las negras vestimentas, para cubrir de dolor a toda la familia.
Para entonces Magdalena ya había sido madre seis veces, ósea tenia doce hijos y esperaba de nuevo otra vez, sus hermanos hacían su vida cada uno por lado, alguno, incluso vivía en pueblos de los alrededores, de manera que ella en cierto modo se encontraba algo sola y no era por falta de personas a su alrededor, era quizás esa soledad que produce el desamparo familiar, el no tener a nadie en el que apoyarse.
Desde que falleciese el padre de Magdalena José vio como su medio de vida se tambaleo, entonces las cosas ya no fueron igual con el trabajo, ya tampoco pudo dedicarse plenamente al ganado, a los pastoreos, a los tratos de los animales, ya no era suficiente para la familia de José y la de sus cuñados, alimentar tantas bocas con poco ganado era difícil, pero él no se cortaba ni le dolían prendas en buscar otras salidas, siempre dentro de lo que sabía hacer, poco a poco fue cambiando su oficio, además de tratante de ganado, fue también carbonero y calero.
Estos dos últimos trabajos venían a ser muy distintos del que había tenido anteriormente, eran mucho más laboriosos, bastante más entretenidos en su forma de llevarlos a cabo y por supuesto mucho más penosos, teniendo en cuenta el resultado económico que daban también eran menos rentables, pero era lo único que tenia, salvo en la temporada de la aceituna que se iba a la recolecta de la misma. Desde que recogían la leña en el campo para hacer el carbón, la llevaban al sitio destinado para hacer los hornos, hasta que lo vendían, Magdalena lo ayudaba en todo momento, permanecía con él en la choza que junto al horno tenían dispuesta y lo hacía con todos los niños.
El mismo proceso lo repetían igualmente con la cal, de forma que desde que recogían la piedra hasta que ésta estaba totalmente cocida Magdalena ayudaba a José.
 Me contaron que en más de una ocasión llego a dar a luz a sus hijos en la choza junto a los hornos.
Cuando esto ocurrió la primera vez, fue José su marido el que la ayudó en el parto, este sería su séptimo parto, el que tuvo justo a los pocos meses de faltar su padre. Ya contaban con doce hijos como ya mencione, los cuales correteaban alrededor de la choza cuando Magdalena rompió aguas; desde el punto donde se encontraban hasta el pueblo, la distancia era grande, Magdalena no podía  recorrerla a lomos del mulo  en esa situación, mucho menos  caminando, las contracciones eran cada vez más frecuentes, tampoco había tiempo para ir a buscar a ninguna partera, sobre todo porque en ese caso su marido tendría que dejarla sola, sin más compañía  que la de un montón de  chavalillos, unos más pequeños otros ya zagalones pero en definitiva  por supuesto sin asistencia alguna.  
Supe que José con la ayuda de lo poco que le iba diciendo su valiente esposa, y bajo la atenta mirada de sus pequeños, que atónitos veían como su padre atendía a su madre sacando primero a un bebe y al poco  a otro, se convirtió en el mejor de los parteros para su mujer. 
Una vez que parió, su marido cortó el cordón a los niños, luego los limpió, después ella misma se aseó con el agua que previamente José había preparado.
Cuando hubo pasado un ratito, después de haber descansado, tomo a los bebes primero uno y luego el otro para asearlos bien, mientras tanto su marido hizo jirones una sabana para hacerles pañales y taparles bien.
Aquel  día hacía mucho frió,  José avivo el fuego y salió fuera de la choza a fumar un cigarrillo, miro hacia arriba como dando gracias al cielo, aunque era hombre de pocas palabras; mientras tanto Magdalena los amamanto, preparo la comida para todos, comió y dio de comer a los demás niños, cuando hubo terminado y todos sus hijos estaban dormidos salió fuera y siguió ayudando a su marido en la tarea que estaban  haciendo en el horno de carbón.
Cuando estaban trabajando en los hornos, no podían dejarlos solos, ya que continuamente había que darles vuelta, este tipo de trabajo requiere una atención continua desde que el horno empieza a quemar la leña, cualquier descuido puede hacer que todo el trabajo haya sido en vano, de no estar continuamente pendiente del estado del horno, podía ocurrir que se quemara demasiado, o al contrario, que la madera no cociera bien, es por eso  que se debe estar moviendo la boca  del horno, que es por la que respira para que salga el calor interior, la cocción de la leña debe ser lenta pero a una temperatura constante, si coge demasiado calor se quema y no sirve, o por el contrario, si no alcanza la temperatura deseada, la leña no se quema bien y se  hace lo que se suelen llamar tizones, esto son trozos de carbón que al quemarlo en los braseros suele soltar mucho humo, que además es toxico, incluso en ocasiones este humo es imperceptible  pero su toxicidad puede dar lugar a la muerte por inhalación de gases. 
No sería la única vez que Magdalena daría a luz en el chozón de los hornos, esto sucedió en tres ocasiones, ya que solía ayudar a su marido en las labores de la cal y del carbón según el caso y dependiendo de la época del año, verano o invierno.
Magdalena siguió pariendo hasta llegar a un total de 22 hijos, sorprendentemente sólo lo hizo once veces todos los partos fueron gemelares, lo más asombroso es que solía parir cada quince meses. 

jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPITULO NOVENO 2ª PARTE



                                         EL BAUTIZO

El flamante padre aviso a Frasco, hermano de Magdalena para que fuese el padrino, celebrando un bautizo por todo lo alto, aunque siempre en la intimidad, no fue como la boda, el nacimiento de las gemelas lo celebraron de forma distinta.
El día en cuestión se reunieron en la iglesia Margarita y un niño que por entonces contaría con unos 10 años, El niño Manuel, José y Magdalena, la Abuela mercedes, el Padre de Magdalena y el resto de sus hermanos con sus mujeres.
Según era costumbre, correspondía a los padrinos, poner el nombre a las niñas, Respetando esta tradición, nadie pregunto a Magdalena si había decidido como se llamarían sus hijas.
Empezada la ceremonia y dada la corta edad de la inocente mama, ella tampoco se atrevió a decir que ya tenia nombre para sus hijas; ella, quería llamar a la mayor Roció.
Cuando el párroco pregunto, se dirigió a los padrinos, como no, en ningún momento miro a la madre ni al padre de las gemelas.
El padrino dijo, la mayor se llamara Trinidad y la madrina la menor se llamara Francisca.
Magdalena en ese momento sintió como se le derrumbaba el mundo, ya que en su momento, ella, había prometido ante la virgen, la Blanca Paloma que su primera hija llevaría el nombre de Roció en su honor.
Quizá el no hablar a tiempo, quizá el no saber imponerse, quizá el ser demasiado joven, el caso es que las niñas quedaron bautizadas y la promesa sin cumplir.
Saliendo de la iglesia mientras se dirigían a la casa para la celebración del bautizo, Magdalena llevaba la cabeza gacha, las lágrimas en los ojos, y un semblante de tristeza muy marcado. Su marido la miraba pero no alcanzo a saber que era lo que acongojaba tanto a su esposa en un momento tan bonito, una ocasión tan llena de emoción, tan alegre, al menos para el.
Ninguno de los que acudieron a la ceremonia de bautizo de las niñas, pudo entender la actitud de la madre, entre otras cosas porque ella jamás les había comentado su deseo de llamar a la mayor Roció.
Una vez estuvieron en la casa, sirvieron  el pequeño refrigerio que se había preparado, el que mas o el que menos, miraba de reojo a Manuel  el niño que acompañaba a Margarita, ella dándose cuenta de la situación  les presento al infante como el hijo del marques. Una vez hubo acabado el pequeño  piscolabis  y teniendo en cuenta la situación que se había creado, entre  el malestar de la madre de las niñas y la presentación de Manuel, dieron por terminada la celebración y cada uno de ellos,  tomo las de Villa Diego.

domingo, 23 de octubre de 2011

CAPITULO NOVENO


                                 


                                  EL COMIENZO DE LA

                                   VIDA EN COMÚN

Desde que se Marcho su benefactora, ellos se tuvieron que arreglar solos; en la casa ya no se disponía de  ayuda  externa, por parte de mujeres de la calle, mujeres que de una forma u otra, venían muy bien para las labores tanto domesticas como de otros tipos dentro del caserón.
Cuando tía Margarita vivía en la casa, nunca les falto este tipo de soporte para las labores, ella y su amante se encargaban de ello.
Mercedes, la abuela de Magdalena la visitaba casi a diario, porque aunque la recién desposada, estaba acostumbrada a llevar con soltura una casa, la abuela sentía verdadera pena de aquella chiquilla, pena de ver a su nieta sola, con el embarazo tan avanzando y a cargo de un caserón tan enorme y por supuesto en el que tanto había que trabajar, con tanta labor por hacer de todo tipo y sabiendo que solo estaban para realizarlo José y su esposa, ósea su nieta.
En pocos meses Magdalena cogió un volumen impresionante, su barriga era enorme, casi no podía moverse, todas las mujeres del pueblo se volteaban al pasar para mirarla; era increíble que una mujer tan finita tuviese semejante bombo; como siempre volvían a ser el centro de todas las miradas, el  comentario favorito de lenguas malintencionadas, cualquier cosa menos dejarles en paz.
A finales del mes de agosto, Magdalena, no podía ni tan siquiera ir a la fuente, a llenar el agua del gasto de la casa, sus pies estaban tan hinchados, que apenas podía calzarse; el eco de rumores cada vez más grande, como si de una bola de nieve descendiendo por una ladera se tratase, llego hasta la finca donde Margarita se cobijo en su retiro, aunque a ella no le hacían falta rumores, demás sabia por donde iban los tiros puesto que tenia a los mismos informadores que antes le eran fieles al marqués .
Una mañana, sin que nadie le hubiera avisado, como el que no quiere la cosa, el médico del pueblo, se dejo caer por la casa, para ver a la futura mama.  
Apenas hubo llegado al caserón, Magdalena le ofreció un negrito, Don Narciso acepto encantado, solo con la idea de poder hablar con ella, le comento que pasaba a saludarla porque iba de paso.                      
Saliendo del mes de Agosto, apenas entrando el de septiembre, Magdalena en un estado de gestación avanzadísimo casi a punto de dar a luz, apenas podía caminar debido al chimbombo que portaba, su barriga, era espectacular para una mujer tan escuálida como ya he comentado.
Una noche de principios de Septiembre, y aunque aún no estaba salida de cuentas, se levanto con la intención de orinar, en lo que se viene a llamar orinal o escupidera, que era lo que entonces se tenía en los dormitorios, al bajar de la cama comenzó a gritar aterrorizada, José su marido se levanto a ver qué pasaba, la tomo en sus brazos y la acostó, simplemente había roto aguas estaba empezando el parto.
José salió a la calle a buscar a una matrona o partera, pero cuál fue su sorpresa cuando al abrir la puerta de la casa encontró, sentado en el “[1]rebate” de la misma, en plena madrugada a Don Narciso, el medico del pueblo; sin pensar mucho en el detalle, de porque éste estaría allí en plena madrugada, le invito a que pasara para que atendiera a su esposa.
Cuando se encontraba dentro de la casa, el galeno, tranquilizo a José en la medida que pudo y lo mando a buscar a la abuela Mercedes, no sin antes haberle hecho poner agua a calentar en la chimenea. Nada más lejos de los deseos de José él no quería retirarse de su esposa en aquellos momentos, pero el médico sabía a ciencia cierta que aquel parto sería complicado y largo muy largo.
 Mientras José fue a buscar a la abuela el médico entro y la estuvo reconociendo, tranquilizándola, las puertas de la casa habían quedado abiertas.
Cuando la abuela y José llegaron dos mujeres del pueblo ya estaban en la casa preparando cosas, habían llevado sabanas, pañalitos ya hechos, ropita para bebe, empezaron a preparar caldito con alguna gallina que acababan de matar, todo estaba dispuesto, si señor, bien dispuesto, desde mucho antes de que llegara la hora.
El parto fue duro, casi se prolongo doce horas, tanto la abuela como  los demás estaban muy nerviosos, sobre todo porque el médico les transmitía ese nerviosismo, les hacía ver a cada momento que algo no iba bien, presentía que se avecinaba algún problema, casi al atardecer Magdalena dio a luz su primera hija, pero cuál fue la sorpresa de todos, cuando a los cinco minutos del parto, empezó de nuevo con contracciones el médico intentaba tranquilizarla diciéndole que sería el alumbramiento, que estaría expulsando la placenta,  ella, como primeriza no sabía nada del tema, así que no decía nada. 
Pocos segundos después empezó a empujar de nuevo, el médico no muy ducho en estos temas, al ver esto intento disuadirla de ello, pero la parturienta no podía dejar de empujar, pocos minutos después asomo la cabecita su segunda hija; estaba dando a luz gemelas, eso era todo, algo nunca visto en el pueblo, todo un acontecimiento, pero Don Narciso quedo completamente descolocado, era la primera vez que atendía un parto, por supuesto mucho menos de gemelas.
Cuando todo el proceso del parto acabo, el joven medico se lavo, se adecento un poco, tomo un negrito que había preparado José y se dispuso a marcharse, abrió el portalón de la casa, encontrando al chispeante 
Antonio miro al medico con los ojos llorosos, esperando que Don Narciso le diera una respuesta a la pregunta que él, no había formulado, Antonio simplemente tenía miedo, pánico si se puede decir así, su hija estaba pariendo y su mujer había muerto de parto.
El medico entendió la mirada del abuelo impaciente, le abrazo sonriendo y simplemente aquella sonrisa hizo que Antonio descansara y pudiera echar a llorar.
Ciertamente aquel hecho recorrió el pueblo a lo largo y ancho, fue una gran sorpresa en toda la localidad, cuando el medico y las mujeres salieron del caserón, fueron difundiendo la noticia por doquier, una mujercita tan condenadamente joven, tan poquita cosa, tan delgadita había parido dos niñas, y lo mejor de todo, lo más extraño, era que estaban bien las tres.
Tres días después, ante en la casa, desmonto un jinete. Margarita les enviaba algunas cosas en un carro, entre las cuales había: dos cunitas, ropita para las niñas, comida para la madre, algún dinerito para el bautizo, haciéndoles llegar también, la misiva de que cuando estuviese todo preparado, ella acudiría como madrina de las niñas; asimismo el jinete les hizo saber, que el médico ya estaba pagado desde primeros de Agosto.
Días después, se preparo el bautizo de las gemelas, una vez más todo previsto por Margarita.


[1] Rebate: escalón de la puerta de entrada a la casa

lunes, 17 de octubre de 2011

CAPITULO OCTAVO


                                              LA HUIDA

Cuando estuvieron de vuelta, de aquel roció,  en la casa, no daba la impresión de que hubiera habido ningún arreglo, nadie haciendo nada fuera de lo normal, ni quedaba rastro alguno de las herramientas, nada de nada, eso sí, faltaban muchos muebles, útiles de los buenos, a los que Margarita les tenía mucho aprecio.
Habían desaparecido de la casa muchas cosas, parte del ajuar, que en su día el marqués comprara para Margarita, ropas, trajes, junto con otros enseres, que él mismo le había ido regalando con el paso de los años, cuadros, vajillas, muebles, cortinajes, utensilios de todo tipo y de gran calidad que al regresar ya no estaban, habían sido cambiados o trasladados, a la finca que el marqués compartía con  su amada.
Desde ese mismo día, el día en que llegaran de hacer el camino de vuelta, Margarita se fue preparando, terminando su equipaje, acabó de empaquetar todo, sin decir ni media palabra a ninguno de los dos.
Ellos la observaban sin preguntarle nada, aunque cuando se quedaban a solas, comentaban entre ellos, se preguntaban que estaría haciendo Margarita, ¿para que estaría preparando todo aquello? Al igual que se habían preguntado muchas veces, que guardaba Margarita en la habitación que se encontraba bajo la escalera.
Durante todos los años que llevaba José con ella, jamás había entrado en ese cuarto, nunca pudo ver que guardaba su tía dentro.
Él sabía que ella entraba en la habitación a diario, se encerraba dentro y pasaba largas horas allí, pero nunca le pregunto sus motivos, la razón que tenia para hacerlo, aunque sabía que debía ser poderosa.
Ella no les había dicho nada, aunque sabían que la esposa del marqués ya había muerto hacía tiempo, nunca podían imaginarse que su tía estaba planeando irse de la casa y dejarlos solos.
Solo escuchaban comentarios, murmuraciones, chismorreos de la gente que entraba en la casa para llevarse los carros cargados de cosas, gente del pueblo y de la finca, que como siempre, andaban metiéndose en donde nadie les llamaba, aunque eso era irremediable, hablaban y hablaban sobre la viudedad del marqués, pensando en que se avecinaba una boda, la de Margarita seguramente.
Llegado el momento, solo unos días después, como se suele decir, Margarita tomo las de Villa Diego y se marcho sin más.
Se fue, sin explicar adonde, sin decir ni revelar el porqué de su repentina huida, aunque no hacía falta, los dos sabían que ahora el marqués era viudo y por lo tanto “libre”, quizá por eso ellos tambien  esperaban que Margarita y su amante hubiesen dispuesto una boda, pero no fue así, nada más lejos.
Margarita se marcho para no volver jamás y lo hizo, para seguir viviendo como había vivido hasta entonces, transgrediendo todas las normas establecidas, todo lo que era moralmente correcto.  
Sin embargo,  lo  que de verdad podían ver tanto Magdalena como José, es que ella se marchaba completamente feliz, quizá como nunca la habían visto hasta entonces.
El día en que levanto el vuelo, para anidar en cumbres más altas, reunió en el zaguán a nuestra feliz pareja tomándolos a cada uno de una mano se coloco entre los dos y les condujo hasta el patio.
Se sentó con ellos bajo las parras, los tomo de la mano mirándoles a los ojos, quizá como nunca hasta ese preciso momento, con una mirada de ternura, transmitiéndoles su felicidad, pero como no también cierta tristeza.
Mirando fijamente a José, intento explicarle  que había llegado su momento, los años que paso cuidándole y el tiempo que le había dedicado era para ella un punto y aparte en su vida, necesitaba vivir para si misma y necesitaba hacerlo en ese preciso momento. José, entendió perfectamente lo que quería decir Margarita con aquellas palabras, le había dedicado toda una vida, y ahora era su momento, le tocaba vivir a ella.
Magdalena en cambio no entendía nada, no podía creer, que cuando más falta le podía hacer su ayuda, ella se marchara, quizás porque ella no conocía aun los hechos tal y como fueron, hasta que su esposo se los relatara días mas tarde.
Bajo las parras, al lado de las tres sillas en donde estaban senados, Margarita había colocado una caja, hasta el momento permanecía cerrada, la abrió, sacó de ella una bolsita de piel llena de dinero, en forma de monedas y billetes, la puso en manos de José y le dijo que velara por el ya que con aquel dinero, tendrían para un largo periodo de tiempo. Asimismo saco las escrituras del caserón,  las cuales había puesto a nombre de José y de Magdalena, quitando el suyo de las mismas; también les dio una gran llave, “la llave” tal y como ella era, misteriosa, de pocas palabras, reservada, de la forma más breve sin extenderse demasiado, les pidió, que custodiasen, lo que en el interior de la cámara cerrada con esa llave se encontraba, dicha cámara situada debajo de la escalera, era la que ella había escogido para guardar sus cosas; les rogo que velasen, celosamente por lo que allí estaba guardado.
Sin darles muchas más explicaciones les dijo que aquella cámara quedaría cerrada, con sus cosas dentro, no podrían abrirla, salvo que ella les diera permiso o muriese, o bien solo en caso de extrema necesidad, solo extrema necesidad, mientras decía esto, José y Magdalena se miraron sin mediar palabra, solo en caso de que les ocurriera algo, después de estar pasándolo muy mal, si no podían ponerse en contacto con ella, si no podían localizarla, entonces tenían su consentimiento para entrar allí.
Del mismo modo les dejo un encargo muy especial por si ella moría, o no les llegaba noticia alguna de su parte durante mucho tiempo; en caso de una escasez muy grande, les explico, que existía una pared que unía esa habitación con la sala que daba paso a la cocina, ella les dijo que en esa pared había algo escondido, que podía resultarles útil, no les aclaro nada más aunque ellos no entendieron nada o casi nada.
Ante las miradas atónitas de la pareja Margarita se dio cuenta de que no habían entendido nada, entonces mirando a José fijamente y tomándolo de las manos le increpo a que recordara los malos momentos que habían pasado cuando él era pequeño, el hambre que tuvieron que soportar, las humillaciones, y rogándole, que no permitiera nunca que sus hijos cuando los tuviera pasaran por eso, volvió a decirle que en esa pared tenia la llave de su felicidad.
Cambiando de tema radicalmente la conversación que mantenía con sus sobrinos, les intento hacer ver, el porqué de su comportamiento a lo largo de los años, sus sentimientos ante las reacciones de las gentes del pueblo, el porqué de muchas de sus decisiones, pero quizá, solo quizá la juventud que nuestros protagonistas tenían hizo que en aquel momento no entendieran casi nada, solo el paso de los años haría que ellos fueran entendiendo, comprendiendo y compartiendo todo lo que paso aquella mujer.
Hasta aquel día, cada vez que Margarita salía del caserón para encontrarse con su hombre, lo hacía arropada por la oscuridad de la noche, sin embargo ese Domingo, mientras las campanas de la iglesia, llamaban a los feligreses a misa de diez y a plena luz de día, ella salió desafiante como siempre, altanera, con porte de señora hasta la calle, donde la esperaba un futuro que bien se merecía, y sobre todo la esperaba el futuro que ella quiso, puesto que también pudo ser otro.
Cuando salió, a la puerta del caserón, la esperaba su elegante caballista, con dos caballos, uno bayo y otro alazán; subió a lomos del jaco alazán, junto a ella en el bayo monto el marqués, dando un golpecito en la culata de los caballos, se volvieron para despedirse con un beso lanzado al aire y sin más se marcho para nunca volver a pisar el pueblo, ni la casa, aunque no vivió muy lejos, ya que se mantuvo en la finca del marqués hasta su muerte.
En el pueblo, todos pensaron que viudo el marqués, se casaría con ella, incluso pensaron que se marchaba para eso, para casarse con él, las murmuraciones de nuevo volvieron a estar en la cresta de la ola y ya se sabe “en pueblo chico infierno grande”.
 Pero José y Magdalena siempre supieron nadar contra corriente, jamás escuchaban murmuraciones, siempre supieron hacer oídos sordos ante todo lo referente a Margarita.   Nunca dieron explicaciones a nadie que se las pidió, por eso, hubo quien aun sabiendo muy bien la historia, como había sucedido, como se fue desarrollando a lo largo de los años, contó lo que le vino en gana.
Magdalena y su esposo, ni desmentían ni afirmaban nada, cuando las gentes del pueblo, decían que no se casaron porque el marqués no quiso, ellos callaron, jamás contaron que si no se habían casado fue porque ella era muy orgullosa, no le perdono jamás que diera crédito a los chismorreos malintencionados que su padre le contó, dejándola para irse a Sevilla.
En definitiva Margarita le castigo en lo que mas le dolió, nunca quiso formalizar esa relación ante la iglesia, con lo que eso suponía para él, para su entorno, después de tantos años aguantando las miradas indiscretas y murmuraciones en las lenguas viperinas de vecindonas, ahora tenía la oportunidad de reparar toda aquella situación, pero ella le quito el placer, el gusto de hacerlo.
Supongo que lo pasaría mal, aunque en realidad, creo que debía importarle muy poco lo que de él se tratase en los corrillos de las tabernas, de los bares o casinos, el marqués vivía solo para ella, Margarita era la razón de su vida, su amanecer, su anochecer y quería darle el lugar que merecía aunque ella no estaba dispuesta a ser la segunda opción de nadie.
Aquella mujer se refugió en la finca que solía visitar por las noches, finca que el marques había preparado para ambos dos años atrás,  donde se dice que murió al abrigo del que fue su hombre toda la vida y como si se tratara de  su  propia mujer.
A partir de aquel día, se dice que ejerció de verdadera madre del niño Manuel, el cual como ya dije antes adoptara el marqués y del cual nunca se supo bien su procedencia.
Fueron pasando los años, Magdalena y José nunca más recordó lo que la tía les dijo antes de marcharse de la casa.
Muchos, muchos años después acontecerían cosas que desvelarían lo que allí estaba oculto; más adelante nos ocuparemos de este pequeño detalle, ya que fue muy importante en momentos cruciales de la vida de esta pareja.